Transcurría el año 1952 en la sucursal del cielo, cuando de repente en una mañana pacífica de esta ciudad los habitantes del barrio Miraflores se levantaron entre ruidosos murmullos agobiantes y tensos aires de augurios; augurios que avecinaban un mal porvenir…
En las calles de su acogedor barrio, entre los árboles y la iglesia, se encontraba un hombre tirado, pero… ¿dormido?, ¿desmayado?, ¡o aún peor! ¿¡Muerto!? ¿Quién podría saber?, en ese momento lo único cierto es que un ser humano, con aparentes signos de violencia en su cuerpo, descansaba sobre el asfalto de sus andenes y, por lo que se podía observar, no se encontraba en muy buen estado.
A partir de este hecho la cultura caleña cambiaría, y entre el vocablo del pueblo se incluiría una nueva referencia, la calle del muerto pasaría a formar parte de la jerga local. Desde aquella serena mañana la historia del barrio cambió y esa tranquila cuadra entre vastos árboles y grandes casas antiguas empezaría a conocerse como la calle en la que apareció el primer muerto por causas violentas que hubo en la ciudad de Santiago de Cali. Pero…, ¿qué pasó?
Los abuelitos cuentan que el hombre hallado aquel día era un habitante del barrio Guayaquil ubicado en la zona centro de la ciudad y quien tenía como hobbie asistir frecuentemente a peleas de gallos que se llevaban a cabo en este sector. Desafortunadamente, en un hecho hasta ahora enigmático para la historia, este personaje fue asesinado y su cuerpo abandonado en las inmediaciones de esta calle. Se dice que los autores del crimen buscaban trasladar el cadáver hasta el corregimiento de Jamundí, pero debido a que el sol comenzó a derramar sus primeros rayos de luz en aquella madrugada, los delincuentes no encontraron mejor opción que arrojar el cuerpo sin vida en la primera calle solitaria que encontraron.
Como un complemento casi perfecto para esta dramática historia, unos pocos años más tarde, en 1964 para ser precisos, el artista Jaime Piedrahita Rivera construyó una estatua que llevaba por nombre el guerrero en reposo haciendo referencia a un hombre desnudo reflexionando sobre una piedra. El modelo y dueño de la escultura fue el señor Iván Barlaham Montoya quien, con el paso de los años, decidió regalarle dicha obra a su sobrina; ella por su parte, optó por ubicar la estatua en el antejardín de su casa, casualmente ubicada en la carrera 23 # 3ª-24 del barrio Miraflores, más precisamente en el lugar conocido como la calle del muerto.
Estas dos historias, con inicios totalmente distintos, casualmente convergieron en el mismo sitio y se anudaron perfectamente la una a la otra. En el imaginario caleño, la existencia de la estatua responde a una conmemoración tácita de aquella primera muerte violenta conocida en Cali, ¡cómo si ese hecho fuera digno de conmemorar! Como relato histórico, esta leyenda urbana marcó un hito (desafortunado) en la tradición caleña puesto que hasta ese momento la violencia no era una problemática que aquejara a los pobladores de esta ciudad.
Sin embargo, más allá de generar una crítica, lo que se propone en este artículo es resaltar la importancia que tiene esta crónica (un poco anecdótica, un poco realista) sobre la historia cultural, social y tradicional de la ciudad de Cali. Además, también se pretende resurgir estas narraciones “de calle” para que no mueran con el pasar de los días, dado que esta tradición oral, que ha viajado con el paso de los años de generación a generación, se ha ido esfumando poco a poco, así como se esfumó la presencia de aquella estatua que llegó a reforzar la famosísima historia de la calle del muerto.
