La Oculta no es solo una finca, es una historia y un pedazo del alma de cada uno de los miembros de mi familia. A veces voy los fines de semana, pero la propiedad que yo visito, según mi tía Pilar, “no se compara con la belleza de La Oculta, antes que la invadieran con centros familiares y drenaran el lago”. Mi tía dice que la esencia del lugar desapareció por completo, pero sigue feliz de haberla podido conservar después de todo. Una vez, cuando estábamos reunidos en La Oculta, mi mamá contó la historia del día que casi la mataron, y cómo esto generó una montaña de sentimientos negativos en contra de la finca, causando que no volviera a pisar La Oculta por mucho tiempo, al menos no voluntariamente. El día que mi mamá narró esta historia, mi tía Pilar y mi tío Antonio conversaron sobre lo que significaba La Oculta para ellos, así como la tierra en la que esta había sido construida muchos años antes por la familia Ángel, mi familia.
Ese día aprendí mucho de mis tíos y de mi mamá, solo con escucharlos contar su versión de lo que hace de La Oculta una finca adorada o despreciada, y percibiendo todas las emociones detrás de sus palabras pude descubrir mil cosas sobre ellos. Mi mamá siempre me dice que deje de analizar tanto a la gente, pero es mi pequeña obsesión, y la verdad, creo que es hasta un don. Me parece que la mente humana es fascinante y que cada persona es un mundo, lleno de miedos, principios, pasiones, sueños y recuerdos.
Voy a contarles mi versión de los “tres hermanos Ángel: Antonio, Pilar y Eva” y cómo han establecido una relación con la finca. Empecemos con mi tío Antonio, el menor de los tres hermanos, y como los describe siempre mi tía Pilar, el más delicado e ingenuo. Mi tío siempre ha sido un amante de la historia, de sus antepasados y del pueblo de Jericó. Él sabe que a nadie más le interesa la historia de la familia y que si él no se encarga de transcribirla, contarla, y registrarla, nadie más lo hará y quedará en el olvido. Por un tiempo sentí que mi tío tenía un motivo oculto, por el cual le daba tanta importancia al pasado y es, aunque suene como una conclusión atrevida, que como él es gay y nunca quiso adoptar hijos, el apellido Ángel va a morir con él. Él ve esto como una deuda con la familia, su legado y su historia. La única manera que encuentra para compensar el “daño” que él siente que ha causado es hacerles honor a sus antepasados y asegurarse que, si bien el apellido morirá, los hallazgos de la familia Ángel en Jericó, en la fundación del pueblo y construcción de la finca más linda del mundo, jamás serán olvidados. Es de esta forma que La Oculta puede ser para mi tío el “hijo ideal” que nunca tuvo, estableciendo una relación familiar con la finca y su tierra.
La conexión entre mi tío y la finca, me atrevo a decir, está basada en la añoranza del pasado, tanto su pasado como el de nuestros antepasados. Toño, como le decimos mis primos y yo desde chiquitos, tiene una perspectiva ancestral de La Oculta, le atribuye valor al lugar, al espacio y a la tierra que lo sostiene por todo lo que ha presenciado, todas las personas que han pisado su suelo y acontecimientos que han ocurrido dentro de sus paredes y en lo extenso de sus paisajes. Mientras más se haya luchado por La Oculta o más recuerdos relacionados con esta pueda recolectar por medio de sus diarios e investigaciones, más valor tiene la finca para él. Dejar atrás a La Oculta es, para mi tío Antonio, sinónimo de dejar atrás su pasado y renunciar por completo a sus valores, sus recuerdos y su hogar. Es así como el amor que siente mi tío por la tierra no está basado en la ambición, el poder o el extraño deseo de tener tierra debajo de los pies, sino en todos los que han pisado esa tierra y ocupado la finca, en todo lo que vivieron nuestros antepasados y lo que vivió él en carne propia. Es el amor por el recuerdo, por el pasado y por lo vivido lo que le da un valor inconmensurable a La Oculta.
Siguiendo con mi tía Pilar, ella es difícil de descifrar, es una mujer con principios y valores muy presentes, pero a la vez está llena de contradicciones. Mi tía es la más tradicional de los tres, es lo más cercano al ideal de una mujer paisa tradicional: religiosa, consagrada a su marido y a su familia, trabajadora y de carácter fuerte. Es posible afirmar que mi tía pese a ser una mujer tradicional o como suele decir mi mamá “chapada a la antigua” tiene una ideología progresista. Pensarán que esto carece de sentido, que una persona o es una cosa o la otra, no las dos. Pues mi tía es la combinación perfecta entre ambas culturas e ideales y ha aprendido a adaptarse a las nuevas costumbres, sin olvidar sus raíces. Mi tía tiene un indudadle espíritu feminista (fue ella quien le pidio matrimonio a su esposo), una opinión sólida en relación a la eutanasia como método para dar fin al sufrimiento y, por su puesto, una aceptación amorosa hacia la comunidad LGBTIQ+ (pues mi tío y mi mamá ambos pertenecen a esta).
Después de la muerte de mi abuelita Ana, mi tía Pilar se responsabilizó por muchas de sus tareas, y se comprometió a cuidar la finca y no dejársela quitar por nadie, sin importar las circunstancias. Ella siempre ha estado determinada a pelear por La Oculta, incluso cuando mi tío y mi mamá no le veían mucho sentido a seguirse aferrando a la finca. A mi tía se le presentaron muchas situaciones en las que se puso a prueba su voluntad de proteger la finca, entre ellas, el secuestro de mi primo Lucas, durante el cual mi bisabuelo le rogó a mi tía que no abandonara la finca, así tuviera que sacrificar a su hijo.
Es increíble considerar la mentalidad en la cual la tierra es tan valiosa que sobrepasa el valor de la vida humana, y no cualquier vida, la de un familiar, la de un hijo. Por suerte a Lucas lo liberaron y mi tía no tuvo que afrontar esa terrible decisión. Esto me deja pensando sobre hasta qué punto es ético o correcto pelear por la tierra, ya que pese al gran valor que esta tiene, no puede, objetivamente, situarse por encima de un hijo. Yo siempre he querido creer que en el caso de que mi tía Pilar se hubiera visto obligada a tomar una decisión, se hubiera guiado por sus propias convicciones y no por los valores tradicionales de su abuelo, pues, aunque ella cree mucho la importancia del legado, su pensamiento le pertenece sólo a ella y sus principios se han enriquecido con sus propias experiencias, considerando también los nuevos valores de la sociedad moderna.
Mi tía tuvo que afrontar otras situaciones en las cuales rompió con ciertas normas morales con tal de preservar la finca, aceptó sobornos y pagó las famosas “vacunas” a quienes amenazaban con quitarle la finca y lastimar a sus familiares. Todo esto lo hizo sin el consentimiento de sus hermanos, pues sabía que no estarían de acuerdo. Mi tía Pilar, pese a hacer concesiones con los nuevos valores y a ser muy comprensiva con las formas de vida modernas, siempre se ha sentido identificada con su estilo de vida tradicional y los principios basados en sus propias creencias y en las de su familia, al menos las generaciones anteriores. Ella dijo una vez y nunca se me va a olvidar “yo quiero vivir y morirme aquí, en esta finca, que […] es lo que más quiero. La tierra, la sensación de tener un lugar donde caer muerta, un lugar donde me entierren…” De esta manera se puede dimensionar su amor por la tierra y por la finca, y comprender mejor la forma en la cual sus valores tradicionales la impulsan a defender la finca, pues ella está peleando por aquello que le pertenece y esto es tener una vida y una muerte tranquila en su tierra, así como aconteció con su madre, mi abuelita Ana.
Por último, está mi mamá, quien considero la más difícil de descifrar de los tres hermanos. Por mucho tiempo mi mamá se negó a regresar a La Oculta, pues se sentía resentida por lo que le pasó allá (que casi la matan). Regresó después de muchos años, sólo porque mi abuela Anita insistía en mantener la tradición de pasar la Navidad todos juntos en la finca. No fue fácil el regreso, mi mamá me contaba mucho tiempo después que tirarse al lago fue lo más difícil, era como “superar una fobia”, me decía. Aunque regresó, nunca sintió lo mismo por la finca, pero, a decir verdad, mi mamá siempre fue la menos apegada al pedacito de tierra que nos pertenece como familia y la casa que se construyó en ella hace muchos años. A veces pienso que lo que le pasó a mi mamá era la gota que rebosó la copa y el catalizador para decidir y sobre todo poder justificar no regresar más y desprenderse por completo de La Oculta.
Mi mamá dice que el apego de mi tía Pilar y de mi difunta abuelita Ana es un apego infantil, que es sinónimo de negarse a madurar y a abandonar una etapa que no les corresponde. Ella considera que, para crecer personalmente, hay que dejar en el pasado las prácticas y costumbres de hace cien años, que por algo son del pasado y no del presente. A fin de cuentas, La Oculta no representa para ella nada positivo, al menos no ahora. Para ella la finca es trauma, es retroceso, inmadurez e incapacidad de crecer y mejorarse. No obstante, hay sacrificios que se deben hacer para reencontrarse con la familia y solo en esas ocasiones La Oculta deja de ser un agujero negro de malas memorias, para convertirse en un lugar de amor, de familia y de recuerdos.
*Personajes y situaciones basados en la novela La Oculta de Héctor Abad Faciolince.
Laura Carcache Guas