Autor:
María Camila Paz
mariacami.paz@gmail.com
Sentada en una silla un poco incómoda siento cómo la oscuridad se apodera del teatro, miro a mi alrededor con los ojos bien abiertos y solo veo sombras de unas 50 personas más. Un leve resplandor hace que enfoque mi mirada en el centro del espacio, alguien está moviendo el telón y una tranquila y baja melodía empieza a retumbar en las paredes cerradas. La espera hace que me estrese un poco, empiezo a mover los pies. Cuando un minuto después o quién sabe cuántos, se abre el telón completamente. Luces de varios colores empiezan a introducirme a un mundo mágico al son de la música. Una bailarina hermosa con un vestido clásico que la asemeja a un cisne se mueve en el centro. Está en puntillas dando volteretas y saltos cuando de repente llega un bailarín y sostiene su caída. Él la apoyó, la complementó y empezaron juntos a bailar en perfecta sincronía como si se conocieran desde pequeños. Sentí un poco de nostalgia y me perdí en sus pasos. Ya no sentía nada, no me distraía con nada, todo era oscuro excepto ellos enseñándome su pasión.
Mientras yo era una persona más en el público embobada por el arte, el bailarín profesional Álvaro Hernando Serna estaba a punto de salir para completar la composición, pero su ansiedad lo estaba consumiendo: “son muchos sentimientos en mili-segundos, todo se transforma. Sientes cómo se te acelera el corazón antes de que el telón se abra y experimentas un poco de prepotencia y ansiedad con ganas de que todo salga muy bien. Cuando sales todo eso se convierte en tranquilidad, en gozo, es increíble”. Cuando al fin salió, sus emociones evolucionaron, cada sensación es única e indescriptible. Yo misma no sabría cómo reaccionaría a las luces, los aplausos, las ovaciones de cientos de personas y la presión de tener que hacer todo bien.
Sin darme cuenta la función se ha acabado. Ah no, estamos en un descanso. Uno merecido porque para Álvaro, el ballet significa sacrificio y disciplina y lo ve como un medio de escape para las situaciones complejas de su día a día. Pero ¿por qué requiere tanto esfuerzo? Me pierdo en esa noción y recuerdo que según el medio de información Danza Ballet de Barcelona, “el ballet es una danza clásica que requiere del control total y armónico del cuerpo completo para poder bailarlo, por tal razón su aprendizaje y práctica se deben realizar desde temprana edad”. Esto quiere decir que desde niños entrenan su mente, alma y cuerpo para dedicarlo todo a esta expresión artística. Pero debe ser aún más difícil para los hombres porque la sociedad nos ha inculcado algunas diferencias de género dentro de este arte que hace que bailarines como Álvaro enfrenten una gran cantidad de prejuicios y discriminaciones diarias.
Tras bambalinas, Álvaro me contó cómo inició su historia y amor por el ballet: “mi interés en el ballet empezó desde muy pequeño, yo a la edad de los siete años no tenía idea de qué era el ballet y menos sabía que el ballet podía ser para hombres. Tenía ese concepto de que el ballet era de mujeres por la ignorancia de la sociedad y eso al principio fue un poco difícil de asimilar. Luego con el tiempo fui aprendiendo que también hacía parte de los hombres. En sí, el ballet se creó con hombres; el principio del ballet no fue con mujeres, entonces empecé a los 8 años y con el tiempo fui cogiéndole mucho cariño, me ha enseñado mucho”.
La presentación que había visto era de la Compañía Colombiana de Ballet, Álvaro trabaja con ellos al igual que Andrés Felipe Vargas, otro bailarín con el que tuve el placer de hablar. Pero antes de conversar con él, me encontré con la directora del Instituto Colombiano de Ballet o Incolballet llamada Consuelo Bravo y me comentó un poco sobre la infancia de sus bailarines: “en la institución se escogen como futuros estudiantes a niños y niñas de 9 años o aquellos que estén en cuarto grado de primaria. Para esto se realiza un proceso de selección donde participan aproximadamente 500 aspirantes y solo aceptamos a aquellos que tengan un talento excepcional para el baile. Desde que son aceptados en el instituto, se comprometen a asistir de lunes a viernes de 6:30 am a 5:00 pm a sus clases. Promediando estos horarios, son 9.5 horas diarias que tienen que dedicarle al estudio, sin contar las jornadas que invierten en sus funciones, ensayos y salidas a los teatros”.
Ahora bien, la historia de Andrés Felipe Vargas fue muy distinta a la de Álvaro. Este se sentía presionado por su familia para dedicarse al ballet. “Yo antes pensaba que el ballet era solo para niñas. Pero una vez entré en la danza me empezó a gustar inmediatamente. Me inscribo obligado pero estando allí, me doy cuenta que es un arte bellísimo que requiere de mucho sacrificio”.
Me imagino la escena así: tres o cinco muchachos en una sala llena de espejos ensayando coreografías con diez niñas más. Esto ha pasado en Incolballet desde siempre y ahora, estando en el siglo XXI, Consuelo Bravo lo confirma “indiscutiblemente sí hay más mujeres o más niñas que aplican al ingreso o que participan dentro de la línea dancística del ballet. También tiene que ver mucho con que habían unos mitos de que los niños no deberían estudiar ballet. Eso es algo que hoy está totalmente revaluado. O sea, no tiene nada que ver con la condición sexual o con alguna condición en especial, sino que tiene que ver con el gusto, con el amor, con la pasión y obviamente con el talento y las condiciones para ser bailarín”.
Así como me lo explicaba Consuelo, esta diferencia existe pero no es importante para la Institución. Pero, hay ocasiones en las que para los demás caleños tradicionalistas, el ser bailarín de ballet profesional se ve muy mal. Álvaro narraba que cuando fue a contarles a sus amigos del barrio que estaba practicando ballet, las bromas lo acompañaron por días: “estábamos más niños y había mucha recocha. Que el ballet era para las mujeres, que los hombres en puntita, que cómo es el tutú, pero eso es solo cuestión de cultura y de conocimiento”. Andrés también pasó por lo mismo pero en contextos más profesionales. En sus inicios, tenía que ir a distintos pueblos para realizar cortas presentaciones de ballet. En estas tenía que vestirse con mallas deportivas que encajaban en el estilo de la coreografía, pero mientras que él no le veía nada malo a su vestuario, el público masculino sí. Andrés contaba “los mismos hombres nos chiflaban, nos jodían, nos gritaban gays, nos decían ‘cómo nos vemos de lindas’ pero con sarcasmo. Nos hacían discriminación por ver bailar hombres con esas mallas”.
No obstante, ninguna de estas situaciones logró que ellos desistieran de seguir bailando. Continuaron en Incolballet, que es definida por Consuelo como “la única institución de educación formal en el país para niños con talentos únicos en la danza, reconocida por su calidad artística y educativa a nivel internacional; y que también funciona como compañía de ballet profesional para que sus egresados puedan trabajar con nosotros”. Andrés Felipe, con tan solo 26 años ya ha representado a esta compañía por 10 años en el Festival Internacional de Ballet realizado en Cali. Este festival se organiza cada dos años y se presentan cantidades de artistas reconocidos del ballet nacional e internacional para que los caleños disfruten de este arte en mayor manera. También ha asistido a galas en México, China, Bélgica y España, y de estas destacó lo increíble que es participar en distintos eventos: “participar es muy chévere porque conoces diferentes tipos de coreografía, diferentes estilos, diferentes formas de pensar, de crear, porque todos los coreógrafos son diferentes”. De igual forma, Álvaro también ha viajado por todo el mundo y mencionó que “eso es lo más bacano de esta carrera, cuando tú viajas con tus compañeros y tienes la oportunidad de conocer nuevos lugares llevando tu arte y también la experiencia que queda de compartir con otros bailarines de otras ciudades y países. Es una combinación de intercambio de conocimiento muy chévere”.
Mientras que escuchaba los relatos de estos dos bailarines, me di cuenta que todas estas bonitas experiencias sólo las han podido disfrutar gracias a su esfuerzo y dedicación para con su pasión. Álvaro siempre destacó que “la disciplina que se adquiere en este trabajo se reparte en todas las demás actividades cotidianas, para hacer ejercicio y para aprender nuevas cosas”. Entonces hice las cuentas para entender mejor su proceso de formación y profesional. De los 4 meses que le invierten a los ensayos diarios como preparación para una función, multiplicado por los 11 años en los que él ha practicado ballet, se puede ilustrar la dificultad que representa el ser un bailarín de ballet profesional. Este se convierte en un estilo de vida y muchas personas no se dan cuenta de todo el empeño que hay detrás de cada obra. “El momento de la premier lleva meses detrás de esto, de lesiones, de horas de trabajo, de todo para poder tener una presentación lo más excelente posible”, comentaba Álvaro.
De relato en relato, llegamos al tema de las lesiones. Lo primero que vino a mi cabeza fue cuando en la mitad de la presentación, Andrés estaba alzando a una de las bailarinas y se le quedó enredado su vestido con su brazo. Esto hizo que se lesionara instantáneamente el hombro pero él la bajó como si nada hubiera pasado y terminó su coreografía. Él me comentaba “ningún bailarín se quiere lesionar ni parar, es muy duro estar una semana o dos semanas por fuera de la sala y de los escenarios por una lesión. Pero el bailarín sabe que si no está centrado haciendo el proceso de recuperación juicioso, no podrá volver porque los bailarines somos deportistas de alto rendimiento y tenemos que entrenar fuerte y exigirnos mucho”. De ahí, también entendí que existen lesiones fáciles de curar pero hay otras que se quedan como enfermedad degenerativa de por vida. Álvaro es una muestra de esto, puesto que ha pasado por toda clase de lesiones: se lesionó el tobillo, ha tenido esguinces de distintos grados y actualmente sufre de una hernia discal y de escoliosis leve. Con tan solo 21 años, ya lleva un año y medio desempeñando su carrera artística con dolor constante, factor que limita sus capacidades de expresión: “uno se va acoplando, hay que ser berraquito y dejarse guiar para poder seguir la carrera lo más largo posible y seguir luchando este sueño”.
Después de los accidentes y la recuperación llega el show. Cuando le pregunté a Andrés Felipe cómo se sentía al salir al escenario, él relató que “todos los problemas se olvidan, solo se piensa en disfrutar y en dar todo para que el público se vaya contento y quiera volver a ver otra coreografía”. Es muy importante para los bailarines tener una audiencia activa, personas que aprecien el arte y los sacrificios que han hecho por el mismo. Sin embargo, Cali ha sido una ciudad muy difícil en cuanto a la asistencia del público. Álvaro decía “ojalá hubiera más público en nuestra ciudad de Cali, de granito en granito va aumentando el público. Hay unas temporadas que son mejores que otras pero nunca dejan de asistir, el público es muy agradecido con el arte del ballet”. Asimismo, dentro de la experiencia de Andrés siempre ha habido ocasiones en las que no asiste nadie y esto puede explicarse desde la misma cultura caleña: “un bailarín en la ciudad de Cali es complicado porque en sí en Colombia, la cultura no es que apoye mucho el arte, y menos en el ballet porque hay mucha gente que no lo conoce. El ballet tiene mucha fortaleza en Europa y en Estados Unidos pero en países latinoamericanos no es muy fuerte” declaraba Álvaro.
Afuera del teatro Álvaro y Andrés son personas del común. Los veía charlar como dos jóvenes tranquilos y felices que disfrutan de su ciudad, pero cuando se presentaban a sí mismos como bailarines de ballet con alguien nuevo, las reacciones eran de sorpresa automática: “cuando tú le dices a alguien que eres bailarín, lo primero que piensa la gente es que bailas salsa. Y cuando dices que eres bailarín de ballet, la gente se sorprende y vienen muchas preguntas porque el ballet llama mucho la atención. La estética, la coordinación, la limpieza que utilizamos, a la gente eso le sorprende mucho” decía Andrés. Con el paso del tiempo, estos mitos y dudas del ballet se han ido resolviendo y mecanismos privados y públicos como Incolballet y la Alcaldía de Cali han trabajado en conjunto con los ciudadanos para expandir los conocimientos y la cultura de la danza clásica. Cualquier persona puede interesarse por el arte y por sus ramificaciones, no importa su orientación sexual o identidad de género, todos por igual tienen la capacidad de comprometerse con su pasión y desarrollarla.
Pero para esto, los ciudadanos deben seguir dando de su parte asistiendo a las presentaciones, a eventos y realizando consumo cultural de cada montaje y conversatorio que se realice en torno a esta danza. Estando detrás del telón siento tristeza al ver tantos puestos vacíos. Los teatros suelen ser muy grandes pero su tamaño aumenta gracias a la falta de apoyo ciudadano. Pero Andrés y Álvaro están detrás mío transmitiéndome la confianza que ellos ya tienen con la sociedad. Ellos y otros bailarines más, se esfuerzan constantemente para enamorar a Cali del arte y así colaborar para que el ballet, una danza ancestral, permanezca, evolucione y nunca muera.
