La tusa creativa y cómo sanar por medio de la creación

Escrito por:

Mariana Becerra Botero

mbecerra28@javerianacali.edu.co

Ilustración:

 Daniela Ceballos González

danielaceballosg@javerianacali.edu.co

*Advertencia previa*

Este texto está dirigido para un público específico. Si recientemente usted ha terminado una relación larga, corta o medianamente estable (aunque si no es así, no importa) este texto es para usted. Si se encuentra en un estado en el que se baña cada dos días, no recuerda cómo se siente un rayo de sol en la cara ni está muy consciente de qué día es. También si logra completar las tareas básicas como bañarse, comer y dormir, pero aún así siente que una parte de su alma está faltando. Si en pocas palabras, considera o tiene la leve sospecha de que su corazón está roto, estas líneas son para usted.

Empiezo a tener la sospecha de que tal vez este texto no tenga un público específico porque de alguna manera todos indudablemente, nos hemos roto un poco el corazón. 

Sigmund Freud recurrió a la mitología griega para denominar dos pulsiones constantes en la vida humana: Eros, que es el amor, lo bello, la vida y Thánatos, que es la muerte, lo oscuro, lo terrible. Estas pulsiones no sólo se encuentran en todos nosotros, sino que también han sido el tema desde el cual parten muchos artistas para desarrollar sus obras. Platón, Dante y Shakespeare, al igual que muchos otros artistas han hecho de esta pulsión, el hilo conductor de sus obras.

 Estas dos pulsiones, se encuentran en un eterno conflicto. Son absurdamente contrarias, pero absolutamente inminentes, lo que las hace, de algún extraño modo, complementarias. Es por eso que, como Schopenhauer lo dijo y Benedetti bien lo rescató, “El amor es la compensación de la muerte; su correlativo esencial”.

 Hablar sobre el Eros y Thánatos es indispensable, porque no creo que exista un concepto más preciso para explicar lo que uno siente cuando el amor se acaba. Es como una pugna ensimismo, en la que el amor más grande brota pero no tiene lugar a donde irse, porque la muerte está presente y lo calcina totalmente. Amar sin ser amado es una insoportable tortura, una muerte tras muerte que conduce al infinito. Es el punto en el que, como diría Borges “un símbolo, una rosa, te desgarra y te puede matar una guitarra”. Nada tiene sentido, porque el otro todo se lo ha llevado. Amar sin ser amado, es literalmente, morir de amor.

 Sin embargo, aunque suene bello, poético y maravilloso, no alcanza a serlo. En realidad, creo que no es posible encontrar las palabras correctas para describir el dolor que transmite el desamor. Creo que no es posible, porque en realidad, no existen todavía las palabras exactas. Y aunque se han creado las obras suficientes para llenar un planeta entero, creo firmemente que todavía la representación exacta no existe. Porque todos dolemos distinto, peleamos distinto y sanamos distinto.

 El desamor, o lo que en Colombia conocemos como “ la tusa” es terrible. Es complejo, es difícil, es frustrante y es solo. Es lo que ni a mi peor enemigo le deseo y lo que espero que la gente que quiero nunca tenga que vivir. Pero como terminan siendo todos los procesos extraños de esto que hemos catalogado como vida humana, todos, en algún punto, tenemos que pasar por ahí. Y reitero lo terrible que es, entendiendo que las palabras suficientes son prácticamente inexistentes.

 Hablemos entonces del dolor. Según la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor, este es una “experiencia sensitiva y emocional desagradable, asociada a una lesión tisular real o potencial, o que se describe como ocasionada por dicha lesión”. No tengo claro qué es una lesión tisular pero lo que sí sé es que esa “experiencia sensitiva y emocional desagradable”, en cuestiones del desamor, es la versión más incómoda que existe. Es como si un remolino se incrustara eternamente en el estómago, como si un punzón se encajara en el pecho y lastimara con el más leve movimiento, como si la cabeza pesara una tonelada y como si la fuente ilimitada de lágrimas con la que uno llega a este mundo, se acabara.

Ese dolor es absurdo porque es algo con lo que uno tiene que vivir. A nadie le dan una incapacidad por estar entusado, ni lo eximen de ir a clase porque le hayan roto el corazón. Es algo que nos pasa y que nos pasa solos. Nosotros llegamos ahí por nuestra cuenta, de allá nos salimos y de alguna manera extraña, sanamos.

Hablemos entonces del sanar. 

Aristóteles planteó alguna vez una idea llamada “purificación de los afectos” o “catarsis”. La cual propone que todas las bajas pasiones de quién escribe pueden redimirse a través de una representación de algún suceso propio y real que se hace en el arte. No tengo idea de si Aristóteles lo sabía en el siglo III a. C, pero cuando propuso el concepto de catarsis, lo que estaba planteando era la posibilidad de sanar ese dolor. De sanar cualquier tipo de pulsión negativa o destructiva, por medio de la creación.

 Nos dio otra posibilidad. Una alternativa al dolor, una forma de redimir nuestras penas. La posibilidad de volver a nacer después de las infinitas muertes que ya hemos tenido.

 Sin embargo, tal vez en este punto (si es que usted llegó hasta aquí porque se encuentra en la Unidad de Cuidados Intensivos y Amorosos), no exista la más remota esperanza de salir de aquí. Entendiendo este “aquí” como el lugar más terrible del mundo, donde solo abunda la desdicha y el desasosiego.  Por eso,  he aquí unos ejemplos de gente que ha puesto en práctica (tal vez sin saberlo) esta maravillosa idea:

 Los directores de cine, Sofía Coppola y Spike Jonze se casaron en 1999, tuvieron un matrimonio de cuatro años, para divorciarse en 2003. Ese año, ella le presenta al mundo Lost in Translation. Diez años después, él trae al mundo “Her”. Se dice que cada película es la versión de su relación, el resultado de lo que vivieron, amaron y dolieron. Ambas películas ganaron el Óscar al Mejor Guion Original. En la actualidad, son obras aclamadas por el séptimo arte y la cultura popular.

La canción “Love of my Life” de Queen, escrita por Freddie Mercury, es una dedicatoria implícita al amor de su vida. Aunque nunca confesó el haberla escrito a Mary Austin, sí la escribió motivado por el dolor que suscitó el haberla perdido y sacado de su vida.

Gran parte de la obra de la pintora mexicana Frida Kahlo, se basó en el dolor que le implicaba su tortuosa relación con el muralista Diego Rivera. “Las dos fridas”, una de sus obras más relevantes, es inspirada en el dolor que sintió tras la ruptura de su relación, provocada por la traición de su marido.

 Pero (porque tengo la sospecha de que esto no es suficiente) ¿uno cómo escribe el guion de una película ganadora de Óscar después de acabar un matrimonio?, ¿o se pinta a sí misma en medio de su propia dualidad después de ser engañada? ¿o incluso, escribe la letra de una canción legendaria tras terminar con el amor de su vida?

 Yo no tengo una respuesta correcta a estas preguntas porque como bien se lo dije al principio, ni siquiera creo que existan las palabras exactas para describir eso que usted siente en este momento. Por lo tanto, menos voy a saber cómo uno monetiza la tusa (si lo supiera, ni siquiera estaría escribiendo este texto).

 Pero si puedo decirle que tengo la convicción que de las cosas terribles, algo bueno tiene que salir. El universo debe buscar una manera correcta o incorrecta de equilibrarse. De encontrar un punto neutro en el que todas las pasiones logran compensarse mutuamente. Alguna vez Benedetti dijo que “si hace algún tiempo fuiste desgraciada eso también ayuda a que hoy se afirme tu bienaventuranza” y yo, al menos, quiero creer eso.

 Aunque usted no lo crea, esa bienaventuranza se encuentra a un paso de distancia. Ese paso consiste en agarrar ese dolor y encontrarle un lugar en el mundo distinto a este cuerpo que poco a poco se está muriendo. Agarrar un lápiz, una guitarra, un pincel y darle forma a esta tortura que ya no puede más.

 Si no me cree todavía, hace muy poco escuché que una persona creativa es la que posee o estimula la capacidad de creación. En ese sentido, todos somos tan creativos como estemos dispuestos a serlo. Al final, somos una bomba repleta de pensamientos, vivencias y penas. Y es solo cuando explota que derrama todo lo que con ella creamos.

 Encarar el dolor y hacer algo bueno con él. Entender que el amor y la muerte están en constante conflicto, pero que es solo por medio de ese conflicto que logramos salir vivos. Que la experiencia sensitiva desagradable, a la que llamamos dolor, es terrible pero es necesaria. Que de verdad, sí es posible otra forma de vida y que solo nosotros tenemos el control de eso.

 Sanar por medio de la creación. Hacer de la tusa un acto creativo que nos lleve a cosas inimaginables. Encontrarse a sí mismo, después de haberse perdido por tanto tiempo. Encontrarle el sentido a las cosas otra vez. Ahí está la respuesta, en realidad.

Hagámosle caso a Amalia Andrade cuando dice que “Crecen cosas de nuestras heridas cuando sanan”. La verdad es que al final, ella tiene razón.