¿Qué pasa después de la muerte?

Escrito por:

Daniel Alejandro Camargo Giraldo

dcamargo@javerianacali.edu.co 

Nathalia Andrea Henao Gonzáles

nahenao@javerianacali.edu.co

Fotografía:

Nathalia Andrea Henao Gonzáles

nahenao@javerianacali.edu.co

Bajó las escaleras y se encontró con lo último que cualquier persona querría encontrarse: un muerto en la sala de su casa. En medio del silencio, su cuerpo permaneció inmóvil mientras su corazón latía más rápido que nunca. Su esposo la había dejado sola en casa con un cadáver cuya procedencia era desconocida. 

De repente la situación se tornó más espantosa aún, pues el sonido del timbre interrumpió su quietud de manera instantánea. Debía abrir la puerta y actuar con la mayor naturalidad del mundo para no delatar sus nervios frente a las autoridades que acudían a su casa. Tras abrirla, le dio la bienvenida a los agentes del DAS, quienes entraron e inmediatamente se percataron de la escena. No pudieron ocultar su sorpresa:

– ¡Señora! usted es muy valiente teniendo ese cadáver aquí, ¿no le da miedo?

– No, para nada – respondió pretendiendo valentía para mostrar su actitud profesional a los agentes que realizaban su visita de rutina, pues sería el colmo que sintiera miedo siendo dueña de una funeraria.

Ana Elsy Rincón y Gildardo Rojas Ruiz, una pareja con más de 40 años de matrimonio, fundaron su amor en medio de los muertos. Estos singulares personajes, que desde su juventud se han dedicado a preparar los servicios funerarios, formaron su hogar y su trabajo en un mismo espacio, una funeraria. Hoy, ellos nos cuentan memorias y anécdotas que nos dan a conocer qué pasa después de la muerte.

Los cuerpos entraban enteros o mutilados por la misma puerta por la que cruzaban las hijas de la pareja para entrar a su casa. Por orden de sus padres, subían rápidamente al segundo piso y ellas alegremente obedecían. Sin embargo, no lo hacían para sentarse frente a la televisión a ver su programa favorito, sino para presenciar, a través de las grietas del piso de madera, el detrás de escenas del último gran espectáculo de los muertos. Probablemente estas inventaban historias y chistes entre ellas de cada difunto que llegaba a ser preparado, mientras que los padres, inocentes y asustadizos, creían que sus hijas permanecerían, como ellos, libres de cualquier imagen perturbadora .  

En efecto, trabajar con los muertos significaba enfrentarse a momentos que quizá los más nerviosos y asustadizos no serían capaces de superar. Pero, para colmo, en esta funeraria la contadora nunca logró perder el miedo a los cuerpos inertes, tanto así que no era capaz de ir al baño sin compañía. Una tarde, se encontraba sola en la funeraria y un cliente tocó a la puerta buscando un ataúd para su familiar fallecido. Tal como una vendedora de carros vende a su cliente el vehículo que cumple con sus necesidades y expectativas, así mismo se dispuso a ofrecer los ataúdes de todas las gamas, hasta llegar al más llamativo. Se agachó para abrirlo y fue víctima del mayor espanto: había un muerto en su interior y este cobró vida. Las carcajadas retumbaron en los oídos de la pasmada contadora, quien comprendió que había sido víctima de una broma planeada por sus compañeros.

Pero no todos los sustos son bromas, y ese fue el caso de la familia de Nieves. Esta pequeña anciana, trigueña y de cabello largo, era conocida por los vecinos por tener la costumbre de escaparse de casa y volver horas o días después de que el barrio entero la buscara por todas partes. La última fue la vencida, la mujer ya llevaba perdida varias semanas y a pesar de los esfuerzos de sus familiares, no la pudieron encontrar. Un tiempo de angustia pasó la familia, visitando la policía y los hospitales hasta que un día la hija, los nietos y el yerno llegaron a la morgue, y para su desgracia reconocieron el cuerpo de la mujer fallecida. Todos, conocidos o desconocidos, asistieron al velorio y cuando se asomaban a ver el rostro frío de Nieves, caían en llanto; el ambiente estaba pesado y se respiraba nostalgia. De repente, la gente empezó a gritar y a rezar en voz alta: la muerta estaba parada en la entrada.

“¿Por qué tanto escándalo?” – preguntó Nieves extrañada al ver el rostro aterrorizado de la gente por su presencia.

“¡Porque usted está muerta!”.

No se trataba de un evento paranormal, se trataba de una confusión. La señora que encontraron en la morgue tenía una apariencia sumamente similar a la pariente que buscaban. Así que recuperaron a su anciana, y por honor y respeto, le dieron un entierro digno a la mujer en el ataúd.

En los 34 años que la pareja estuvo trabajando con difuntos, nunca sintieron un espanto, ningún espíritu y en general nada relacionado con ello. Ambos son escépticos ante lo paranormal y creen firmemente que a quienes hay que temerle es a los vivos, no a los muertos. El velorio es un símbolo de respeto ante la persona que alguna vez estuvo en nuestra vida, es un momento para que todos aquellos que hicieron parte de su vida se unan, y es un espacio para reflexionar sobre la vida misma, pero no es una oportunidad para redimirse o pagarle lo que se le debe al fallecido, porque en palabras de Gildardo “el muerto, muerto está”.