La Casa de Bahareque

Escrito por:

Juan Pablo Delgado 

juanpadel16@javerianacali.edu.co

María Camila Gómez 

mcamilagc12@javerianacali.edu.co

Fotografía:

María Camila Gómez 

mcamilagc12@javerianacali.edu.co

En medio de una ciudad que crece aceleradamente, camuflada entre el bullicio de los carros que apurados buscan atajos para esquivar el tráfico y las enormes casas que exceden su valor, se encuentra una pequeña finca en la que, a simple vista, parece que el tiempo se hubiera detenido. El bahareque desgastado que deja ver los cimientos de guadua y la madera carcomida, reflejan que este lugar fue construido hace muchos años, aunque no se sabe exactamente bajo las manos de quién. Pareciera que el viejo testamento de esta casa se hubiera extinguido en el recuerdo sin dejar rastro alguno. 

Solo se conoce lo que pasó hace algún tiempo, cuando el monstruo del narcotráfico dirigió su mirada a las zonas alejadas de la urbe. Chepe Santacruz, el famoso traficante de la sucursal, decidió fijar su vista en aquel terreno y, sin explicación alguna, desalojó a los desconocidos habitantes. Cerrada y siendo víctima del abandono, la casa permaneció en vilo por un largo tiempo, esperando al que sería su destino predecible. Inexplicablemente, aquel terreno nunca fue usado por el narcotraficante, en cambio, fue expropiado por el Fondo Nacional de Estupefacientes, la entidad encargada de solucionar todos los problemas que el sucio negocio del narcotráfico ha dejado en el país.

Pasaron varios años y la casa abrió sus puertas nuevamente. Esta vez El Negro, un invasor proveniente del Pacífico sería quien la ocuparía, respondiendo al recado de un abogado que le pidió que la habitara antes de que pasara a extinción de dominio, prometiéndole que cuando el negocio «reventara» le daría un “terrenito”. Años más tarde, en una mañana cualquiera del año 2012, Jaime, un pereirano de cuna, tocó la puerta del que sería su nuevo hogar. El paisa no había dudado en aceptar la oferta de un abogado, diferente al de El Negro, que le había propuesto que fuera a cuidar la casa. 

A pesar de ser dos personas totalmente desconocidas, El Negro y Jaime aprendieron a vivir bajo el mismo techo en una casa víctima de los años y las disputas. El pereirano señala que allí «se vive muy rico», sin la inseguridad que lo golpeaba en el barrio Petecuy, donde residía anteriormente. Expresa que el abogado que lo representa es el de la familia de Chepe Santacruz, y, aunque nunca ha hablado con la viuda del narcotraficante, está esperanzado en que cuando el negocio resulte ella le dará una “platica” para comprar su propia casa. 

El abogado de El Negro es un total misterio, nadie sabe quién es. Jaime comenta que en sus conversaciones el tema legal nunca está sobre la mesa, prefieren no tocarlo. Sin embargo, el pereirano relata que un día los supuestos hijos de Santacruz llegaron a tocar la puerta de la casa buscando a El Negro para matarlo, diciendo que era un invasor que les quería quitar lo que les pertenecía. Gracias a la señal de uno de los acompañantes de los matones, El Negro pudo salir bien librado. 

Dos cámaras al otro lado de la calle vigilan que nadie, diferente a ellos dos, ingrese a la casa. Unas pocas cabezas de ganado pastan por las 28 plazas de tierra que los rodean. Algunas gallinas y un par de perros recrean un perfecto escenario rural ubicado en una zona urbanizable. Estupefacientes no deja que le hagan ninguna reforma a la casa, ni permite que cultiven en el terreno.  Los recibos de la luz y el agua llegan a la entidad, los habitantes de la casa no saben ni cuánto se paga. 

El Negro y Jaime habitan la casa como un par de fichas de ajedrez, respondiendo a los movimientos de los abogados que representan, siendo las figuras de una disputa de la que poco saben. Los días pasan bajo la incertidumbre de un futuro desconocido. Los años los han golpeado, El Negro está en cama bastante enfermo y Jaime dice que ya se siente cansado. Aunque representan diferentes bandos, ambos esperan lo mismo, que cuando el problema se resuelva les puedan dar un dinerito para comprar su propia casa y lograr vivir tranquilos los últimos años de su vida.