24 de diciembre de 1986 el día en que toda mi infancia desapareció. Muchos no conocen esta historia, quizás sea porque nunca nadie les ha contado o aún no se han tomado la molestia de preguntar. Existe un escenario en el centro de la ciudad que muchos ven como algo ordinario. Pasa por desapercibido y es poco recurrente. Una vez fue aclamado y adorado por todos.
Recuerdo que gozaba de gran popularidad. Todo los fines de semana lo visitaba en compañía de mis padres. Cuando entraba lo primero que escuchaba eran las risas, las pataletas y los gritos de felicidad de mis amigos que desesperadamente le pedían a sus padres que cumplieran sus antojos con juguetes o algún peludo de cuatro patas. Era como entrar a una aldea mágica, todo estaba rodeado de colores, formas, sabores, texturas y esos olores inolvidables que quedaban impregnados en la piel.
Aquella navidad la viví en compañía de mis tíos. Mis primos y yo jugábamos alrededor del árbol esperando ansiosos la hora para abrir los regalos, unos eran tan grandes que pensaba que había una jirafa escondida, otros tan diminutos que un ratón podría estar ahí y otros algo peculiar, tenían formas tan extrañas que me daba miedo con solo verlos. Pero lo mejor de pasar la navidad con mis tíos, era que debajo de nosotros se encontraba el mejor almacén de juguetes del mundo. Lastimosamente, en todo cuento de hadas siempre hay alguien que termina con la magia.
Esta no fue una noche de paz y amor como lo solía cantar en los villancicos todas las navidades. Por el contrario, estuvo más acalorada de lo habitual. Faltaban cinco para las doce, ya estaba sentado bajo el árbol con mis primos repartiendo los regalos; un poco de humo se coló por la ventana, no le prestamos atención estábamos muy entusiasmados por los obsequios, pero este fue aumentado cada vez hasta convertirse en un nuevo integrante en la entrega de regalos.
Comencé a sentir mis ojos llorosos, mi cuerpo se paralizó, mis manos temblaban y sentí que no podía respirar por más que me esforzaba. Lo último que recuerdo de esa noche fue que mis tíos me sacaron cargado por las escaleras cuando todos evacuaban. Desperté en una camilla con una máscara de oxígeno, no encontré a nadie conocido. La persona que estaba a mi lado me repetía que me calmara que no debía esforzarme, asustado me levanté buscando a mis tíos, lo único que pude encontrar fue cómo el lugar de mis sueños y risas se desintegraba en medio de las robustas, calurosas e imponentes llamas. No lo dude, salí corriendo en busca de mis tíos, en medio del pánico solo veía bomberos, paramédicos y policías intentando salvar el lugar y a las personas que vivían allí.
A lo lejos escuché que mi tía hablaba con uno de los policías, él le estaba contando que aún no se conocían las razones por las cuales se había ocasionado el incendio, pero que habían tres posibles maneras en las que ocurrió, hablaba de un posible ataque llevado a cabo con una bomba, también de un accidente por culpa de un globo incendiado que cayó en la azotea y de la posibilidad de un corto circuito del aire acondicionado. Sin importar cuál fue la razón nadie pudo devolverle la vida a tan mágico lugar, desde ese día nada volvió a ser igual.
Con el pasar de los días, se sentía la apatía y la tristeza por todo el edificio, ya no se escuchaban risas, ni olía a comida recién preparada, sólo silencio en el horizonte. Una tarde volví a la casa de mis tíos, desde aquel incidente no me había aparecido más por allí, pero ya extrañaba a mis primos, así que fui a jugar un rato con ellos. Antes de comenzar con los juegos encendimos el televisor para ver nuestro programa favorito, cuando repente un comunicado de último minuto apareció, decían que el dueño del edificio donde antes vivían mis tíos era de una narcotraficante colombiano llamado Chepe Santacruz.
Mi tía al escuchar este comunicado llamó a mi tío asustada, le dijo que unas vecinas estaban diciendo que los iban a sacar a todos de ese lugar, porque era una propiedad de uno de esos patrones, mi tío muy confiado le afirmaba que solo era un chisme que no debían creer.
Pasaron los días y una notificación de la policía llegó, no sabía que decía. Mi tía comenzó a llorar inconsolablemente, todos intentamos calmarla, pero ella empacó rápidamente todas sus cosas, parecía que estuviera guardando toda la casa. No sabía qué hacer o decir. Cuando salimos del apartamento vimos que todos nuestros vecinos hacían lo mismo que nosotros, cada uno con sus maletas gigantes y su cara de desesperación.
Mis padres los invitaron a vivir con nosotros, todos se sentían muy tristes de haber perdido su hogar y los recuerdos que se encontraban en el. Los acogimos un tiempo, hasta que a los 5 meses la policía les envió una nueva notificación, ya podían de nuevo regresar a su hogar, todos saltamos de la emoción. No todo fue tan perfecto.
Cuando llegamos a su apartamento, nos dimos cuenta que algo no encajaba. Justo en la base del edificio donde se encontraba el lugar de mis sueños, el que había sido carcomido por las llamas ese 24 de diciembre tenía algo extraño. Muchas personas se encontraban ahí, no podía ver nada. Cuando por fin me acerqué noté como un letrero gigante que se encontraba en la entrada tenía escrito: Fiscalía General de la Nación.
Ahora, que tengo 30 años me parece muy irónico que un lugar que haya alegrado a tantos niños sea hoy en día el más rechazado por las personas. Aún tengo en mi memoria aquellos recuerdos de mi infancia los cuales se volvieron amargos la noche que se quemó la magia.
